Jonas Armstrong
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 Capítulo 5 (RH)

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VivoDeSueños
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MensajeTema: Capítulo 5 (RH)   Capítulo 5 (RH) Icon_minitimeJue Jun 04, 2009 8:07 pm

LA PRIMERA ACCIÓN DE ROBIN

Tras la muerte de su padre, el joven Robin se vio sumido en la tristeza y en la desolación. Aun sin sospechar la verdad, el heredero de Sherwood se sentía solo y desgraciado, sin el padre con el que tanto compartía y del que tanto había aprendido.

Intentando hacer algo por cambiar su triste estado de ánimo, decidió buscar la compañía de las dos personas en las que más confiaba y a las que más cariño tenía: Richard At Lea y su hija Mariana.

Se dirigió al castillo de los At Lea y, allí, uno de los sirvientes le informó de que el conde había partido a Tierra Santa y que Mariana se encontraba en el castillo de Hugo de Reinault, su tutor por decisión paterna.

Robin, extrañadísimo, comentó:

-¡En el castillo de Hugo de Reinault! ¡Qué raro! Ese caballero tiene fama de ser un cruel prestamista que ha ido despojando de sus tierras a medio condado. Además es el hermano de Robert, corregidor de Nottingham.

-¡Pero, señor, son sajones! –le dijo el sirviente de los At Lea.

-Aun siéndolo, no me fío de ellos -contestó Robin.

Robin abandonó el castillo del que fuera gran amigo de su padre y decidió visitar a Hugo de Reinault para entrevistarse con Mariana.

-¿Qué os trae por aquí, señor Fitzwalter?

-Creo que vos sabéis dónde se encuentra el señor At Lea.

-Efectivamente. Mi amigo Richard At Lea -habló Hugo poniendo mucho énfasis en las palabras "mi amigo"- me pidió prestado dinero para ir a Tierra Santa. Y hacia allí se dirige gracias a mi ayuda.

-¿Y Mariana? ¿Podría hablar con ella? -preguntó Robin.

-Soy legalmente el tutor de Mariana y en este momento no podéis verla.

-¿Acaso tenéis miedo de que hable con ella? ¿Ocultáis algo, señor Hugo de Reinault? -dijo Robin con tono acusador.

-¡No tengo nada que ocultar, señor Fitzwalter! Es mi palabra de caballero. Ahora, váyase. No puedo perder más tiempo. ¡Soldados, acompañen al señor!

Y rodeado de un grupo de hombres armados, Robin abandonó el castillo de Hugo de Reinault.

El señor de Reinault tuvo la impresión de que el joven Robin sospechaba algo. Y lo mismo parecía ocurrir con Mariana. La joven había pronunciado algunas palabras, en la conversación que los dos mantuvieron, que denotaban cierta desconfianza hacia él y cierta extrañeza de que su padre hubiera tomado las decisiones que parecía haber tomado.

Hugo de Reinault se tranquilizó a sí mismo. ¿Qué peligro podían suponer tanto Robin como Mariana? Y al fin y al cabo, en el peor de los casos, serían sólo unas pequeñas molestias a cambio de los grandes beneficios que iba a obtener de esta operación.

Robin, desde su conversación con el señor de Reinault, no conseguía olvidarse del asunto. Estaba cabizbajo, meditabundo, no hablaba con nadie y vagaba por los caminos a lomos de su caballo.

Un día, en uno de esos paseos sin rumbo, Robin encontró a un grupo de campesinos. Discutían airadamente y oyó voces de protesta contra los normandos. Robin se acercó a ellos.

-¿Qué sucede? -preguntó bajando de su caballo.

Uno de los siervos de Robin explicó a su señor que Feldon, un hombre al servicio de Guy de Gisborne, había sufrido un terrible castigo por un hecho sin importancia. Este castigo había consistido en dejarle sin comer, durante más de una semana, a él y a su familia. El desgraciado Feldon, sumido en la más absoluta desesperación, había cazado un ciervo para dar de comer a los suyos. Enterado Guy de Gisborne, lo había apresado y condenado a muerte. Su mujer y sus dos hijos serían azotados.

-¡Esto es intolerable! -gritó con indignación Robin-. Las leyes están para cumplirlas. Feldon tiene derecho a cazar. El mismo derecho que el señor de Gisborne. Iré a pedir cuentas a ese mezquino caballero.

-No lo hagáis, señor -le pidió con preocupación el campesino que le había contado la triste historia de Feldon-. Guy de Gisborne está respaldado por el príncipe Juan y no conseguiréis nada. Irá contra vos también. Es muy poderoso. No vayáis.

-No os preocupéis, os lo ruego. No tengo ningún miedo a ese caballero que se salta las leyes a su capricho. Avisa a todos mis soldados, que se queden en el castillo y me esperen allí -dijo Robin mientras se alejaba con su caballo.

Robin se dirigió al castillo del señor de Gisbome dispuesto a todo por conseguir que la ley se cumpliera. No podía consentir que un señor dispusiera de la vida de un hombre. Daba igual que fuera normando o sajón. Era una vida humana y, como tal, merecía respeto.

Estas enseñanzas de respeto y amor al prójimo las había recibido Robin de su padre. "¡Ay, cuánto le echo de menos! ¡Cuánto podría haberme ayudado mi padre en estas circunstancias y en otras que sin duda me deparará la vida! ¡Ni siquiera cuento con el buen consejo del señor At Lea! ¡Qué solo estoy!" -pensaba Robin mientras se dirigía a ver al señor de Gisborne.

Poco después llegaba a las puertas del castillo y pedía ser recibido por el señor Mientras tanto, observó los preparativos que se realizaban para llevar a cabo la ejecución de Feldon.

-Señor Fitzwalter, no sé qué hace un noble sajón bajo mi techo. Ya sé que visitasteis a Hugo de Reinault, pero...

-Que, por cierto, también es noble sajón -le interrumpió irónicamente Robin.

-¡Basta de bromas, joven! -dijo con crispación Guy de Gisborne-. Yo no sé nada de Richard At Lea ni de su hija.

-No es ése el motivo de mi visita Vengo a impedir la muerte de su siervo, ese pobre desdichado al que pensáis ejecutar por hacer uso de su derecho a cazar ¿Acaso habéis olvidado que la caza no es un privilegio normando según las leyes de nuestro rey?

-¿Qué rey? -preguntó cínicamente Guy de Gisborne-. Yo sólo tengo un rey, y es el príncipe Juan.

-Si es el príncipe Juan el que está detrás de esto, vos y él estáis violando las leyes. No podéis matar a ese hombre ni torturar a su familia. ¡Que se suspenda la ejecución! -gritó Robin.

-Meteos en vuestros asuntos, jovencito. La ejecución se Ilevará a cabo, ¡por encima de vos si es preciso!

Robin se fue sin siquiera despedirse. Se dirigió a su castillo. Allí le aguardaban sus hombres, preparados para lo que él dispusiera. La orden de Robin fue atacar la fortaleza del señor de Gisborne para liberar a su vasallo Feldon.

Robin y sus hombres no tuvieron en cuenta ni su inferioridad numérica ni el peligro que corrían. La sed de justicia a igualdad les hacía enfrentarse valerosamente al enemigo.

Guy de Gisborne y sus soldados no esperaban el ataque. Fue un verdadero asalto por sorpresa. Casi no hubo respuesta: no les dio tiempo a reaccionar, ni siquiera a llegar a las armas.

Robin, con sus propias manos, liberó al desdichado Feldon, que no podía creer lo que estaba viendo.

Una vez alcanzado su objetivo, Robin y Feldon en el mismo caballo, seguidos por los hombres que habían hecho posible la victoria, se alejaron al galope. Más tarde, pudieron respirar tranquilos en los aposentos del castillo de Sherwood.

Sólo había una cosa que entristecía a Robin: no haber podido salvar también a la esposa y los dos hijos de Feldon de la crueldad del señor de Gisborne.
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