Jonas Armstrong
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 Capítulo 8 (RH)

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VivoDeSueños
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MensajeTema: Capítulo 8 (RH)   Capítulo 8 (RH) Icon_minitimeJue Jun 04, 2009 8:13 pm

DIVERTIDAS AVENTURAS DE ROBIN HOOD

A pesar de los tristes acontecimientos que desencadenaron la existencia del grupo refugiado en Sherwood, la vida allí había ido normalizándose. Muchas familias habían logrado reunirse. Incluso muchos niños habían venido al mundo en aquel bosque. Además, todos se sentían miembros de una gran familia y todos se ocupaban de todos.

Recientemente se había incorporado a la banda el padre Tuck. Era un fraile que había vivido siempre solo, retirado en el campo. Muchas personas, tanto nobles como plebeyas, acudían a él con frecuencia a pedirle consejo. Su influencia en las gentes y su apoyo personal a los principios que defendían los proscritos de Sherwood, hicieron que las autoridades del príncipe Juan dictaran orden de captura contra él. Esto obligó al buen fraile a refugiarse también en Sherwood. Allí, sus aportaciones fueron muy importantes. No sólo celebraba misa todos los domingos, sino que unió a varias parejas en matrimonio, bautizó a muchos niños, se ocupaba de la educación de pequeños y mayores y, como tenía conocimientos de medicina, cuidaba de la salud de todos.

Aunque la vida cotidiana en Sherwood no era fácil, también había momentos para la diversión. Uno de ellos, quizá el más célebre, fue el día en el que Robin y algunos de sus hombres acudieron a un torneo de tiro con arco que se celebraba en una ciudad próxima.

Robin y los suyos se habían convertido en verdaderos expertos en el manejo del arco: única arma disponible en su refugio del bosque.

Todos los premios del torneo los acaparó el grupo de Sherwood. Finalmente, la última prueba, recompensada con una bolsa de monedas de oro, la superó sin dificultad Robin Hood para asombro de todos los presentes.

Cuando el alcalde de la ciudad entregó el premio al vencedor, le preguntó su nombre. Robin, vestido como un caballero y sin su típica capucha, contestó:

-Mi nombre es Robin Hood.

La carcajada fue general. Cuando las risas cesaron, el alcalde volvió a preguntar al ganador por su nombre.

-Señor, ya os lo he dicho. Mi nombre es Robin Hood.

El alcalde comprendió entonces que el desconocido no estaba bromeando. Llamó a gritos a sus soldados para que lo apresaran. Pero era demasiado tarde. Robin y los suyos habían huido a todo galope en sus caballos.

Otra de las más famosas y animadas aventuras de Robin, que demuestra su afán de diversión y su buen humor, comenzó un día cuando encontró en un camino a un anciano alfarero que iba a la ciudad de Nottingham a vender su mercancía

El anciano se mareó y cayó al suelo. Robin se acercó a reanimarlo. Le dijo quién era y le ofreció quedarse en el bosque de Sherwood. Mientras, él mismo iría al mercado y le traería el dinero de la mercancía que vendiese.

-Gracias, Robin. Puedo confirmar que lo que he oído sobre vos es cierto. Necesito el dinero para la boda de mi hija, pero está claro que no puedo continuar hasta Nottingham. Acepto vuestro favor y descansaré en Sherwood. Os advierto que hay una vajilla de oro muy valiosa entre los objetos de la carreta.

Robin llegó a la ciudad y pronto consiguió vender todo, ya que tanto la mercancía como los precios resultaron muy atractivos para las gentes. Sólo se reservó la vajilla de oro porque le rondaba una idea en la cabeza.

El interés de los objetos ofrecidos por el mercader llegó a oídos del corregidor Robert de Reinault, quien lo llamó a su palacio. Eso era, precisamente, lo que Robin tenía previsto.

Cuando el mercader traspasó las puertas de la mansión del corregidor ya nada quedaba de su mercancía, salvo la valiosa vajilla. Así se lo comunicó al señor, a quien por respeto al cargo que ostentaba se la ofreció como regalo.

Robert de Reinault, con ojos codiciosos, aceptó el obsequio e invitó al generoso mercader a cenar en su palacio aquella noche.

Hugo de Reinault, huésped de su hermano por aquellos días, también estaría presente en el banquete.

Robin obtuvo interesante información, que era lo que pretendía, en el palacio de Robert de Reinault. Supo que el precio por su captura o muerte era ya elevadísimo. Supo también que se preparaba una incursión a Sherwood, dirigida por Guy de Gisbome.

Tras la cena y el insistente agradecimiento, el humilde mercader se despidió de los hermanos Reinault y abandonó la ciudad. Por la mañana, los sirvientes del corregidor encontraron un pergamino con el siguiente mensaje:

"Robin Hood da sus más sinceras gracias al corregidor y a su ilustre hermano.

Y queda a la espera de poderles corresponder de la misma forma en el bosque de Sherwood!”

La cólera de los hermanos Reinault fue mayúscula. Los dos juraron odio eterno a Robin Hood y no descansar hasta verle muerto.

Robin llegó a Sherwood muy satisfecho por haber quedado al corriente de lo que se tramaba contra ellos y, así, tener tiempo para prepararse.

El pobre alfarero había muerto. Había dejado el nombre y la dirección de su hija, a la que poco después le fue entregado el dinero obtenido por la mercancía.

Unos días más tarde, los vigías de Sherwood vieron avanzar a los soldados de Guy de Gisbome. Corrieron a avisar a Robin Hood y éste dio las órdenes convenientes: se trataba de que todos permanecieran escondidos pacientemente en la espesura. No debían hacer ningún ruido

Los soldados se internaron en el bosque, pero ni rastro de Robin Hood y los suyos. El más absoluto silencio los acompañaba en la búsqueda. Llegó la noche y se detuvieron en un claro. Allí hicieron una gran hoguera y establecieron los turnos de vigilancia.

Al amor del fuego, los hombres empezaron a charlar de forma animada. Cuando callaban, oían sobrecogidos los ruidos del bosque. Aquello les hacía seguir despiertos a pesar del cansancio que sentían tras la dura jornada.

La conversación iba decayendo y muchos empezaban a quedarse adormecidos, rendidos por el sueño. Era ya bien entrada la madrugada.

De pronto empezaron a oírse extraños ruidos, y los intranquilos hombres de Gisborne se despertaron sobresaltados. Al poco vieron entre los árboles unas sombras blancas semejantes a duendes o fantasmas. Espantosas carcajadas, que parecían salir de ultratumba, acompañaban estas terroríficas visiones.

Los hombres, bien juntos, con los pelos de punta y temblando de pavor, tuvieron que sufrir aún que un grupo de estos fantasmas se abalanzaran sobre ellos y empezaran a molerles a palos.

Los confundidos soldados huyeron despavoridos en medio de la oscuridad de la noche y deambularon por el bosque hasta que, al amanecer, lograron alcanzar la salida.

Sobra explicar que los fantasmas venidos del otro mundo eran Robin y sus hombres. Todo había sido una genial idea del héroe de Sherwood.

El suceso corrió como la pólvora por toda la comarca. Y la expedición de Gisborne fue motivo de burla para las gentes del lugar.
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