LA ÚLTIMA FLECHA DE ROBIN
El rey Ricardo nombró consejero de la corona a Robin Hood. Muy pronto necesitó oír sus opiniones sobre un grave asunto: una posible declaración de guerra a Francia. El rey francés no cesaba en sus instigaciones, y el buen rey inglés había presentado ya una protesta formal en la corte francesa. Si Felipe de Francia se disculpaba, el asunto quedaría olvidado. Si no era así, Ricardo Corazón de León, por dignidad personal y de su monarquía, no tendrá más remedio que luchar contra el país vecino.
Las gestiones diplomáticas ante el rey Felipe fracasaron y Ricardo I se vio en la obligación de declararle la guerra.
Robin quería acompañar a su rey en aquella campaña. Pero el rey no aceptó el ofrecimiento.
-Permaneceréis aquí, Robin. Mi esposa será la regente, y vos, su consejero más cercano. Necesito que me proporcionéis todos los hombres que podáis para nutrir mi ejército.
-Lo que ordenéis, majestad.
Pocos días después, Ricardo Corazón de León partía hacia Francia. Aquella guerra inspiraba a Robin muchos temores. Sentía miedo por la vida del rey de Inglaterra.
Las primeras noticias sobre la campaña fueron esperanzadoras. Se cosecharon grandes victorias. Las tropas inglesas estaban eufóricas. En Inglaterra, la alegría era desbordante.
Pero los avatares del destino hicieron que una flecha hiriera mortalmente al rey Ricardo en el asalto a una fortaleza. Los soldados ingleses retiraron el cuerpo de su rey del campo de batalla y emprendieron la retirada. La trágica noticia sumió en el más profundo dolor a todo el pueblo de Inglaterra.
Tras los funerales del rey Ricardo, se reunió el consejo de la corona. La línea dinástica tenía continuidad en el hermano del rey, en Juan sin Tierra, ya que Ricardo I no había tenido descendencia. A pesar de las pocas simpatías con las que contaba el príncipe Juan dentro del consejo, ninguno de sus miembros manifestó voluntad por cambiar el orden sucesorio. Así, Juan sin Tierra fue proclamado rey de Inglaterra.
La primera medida del nuevo rey fue cesar de forma fulminante a todos los miembros del consejo de la corona. Precisamente a aquellos hombres que, por lealtad a la monarquía, lo habían entronizado. Éstos fueron sustituidos por sus amigos más íntimos.
Apenas un mes después de su coronación, Juan sin Tierra abolía todos los privilegios y libertades decretados por su hermano. Deseaba un poder sin límites.
Esto provocó fuertes protestas. La mayoría de los nobles se rebeló contra las medidas del rey, quien sólo favorecía a sus adeptos más cercanos.
A causa de las revueltas y para que fuera acatada su autoridad, el nuevo rey decidió confiscar los feudos de la nobleza y publicar una larga lista de proscritos. Entre ellos se encontraba, por supuesto, el conde de Nottingham.
-Tendremos que volver a Sherwood, Mariana -dijo Robin.
El bosque de Sherwood volvió a convertirse en un lugar de encuentro para los descontentos con el poder autoritario de Juan sin Tierra. Pero en esta ocasión, Robin Hood fue seguido no sólo por campesinos, artesanos y servidores, sino por un gran número de caballeros, tanto sajones como normandos.
El acoso a los refugiados en Sherwood volvió a ser la principal ocupación de Juan sin Tierra. De la misma forma, Robin Hood tuvo que volver a organizar su banda, ahora bien numerosa, para repeler los continuos ataques enemigos.
Pero el rey Juan y sus seguidores tenían a Robin en el punto de mira. Pensaban que si acababan con él, acabarían con la mitad de los problemas.
Un día llegaron al bosque dos buhoneros. Entre sus variadas mercancías había preciosas telas. Los vigilantes realizaron el estricto control acostumbrado y no encontraron nada sospechoso. Sabían que las mujeres tenían problemas para adquirir tejidos con los que confeccionar sus ropas, así que los dejaron pasar Pensaron, sobre todo, en lo feliz que se pondría Mariana.
Y así fue. Mariana y el resto de las mujeres de Sherwood rodearon a los buhoneros que mostraban aquellas maravillosas telas y las extendían sobre otros valiosos objetos.
De repente, uno de los mercaderes tomó en sus manos una cimitarra artísticamente labrada. Todos admiraban la extraña arma oriental cuando, en un santiamén, el desconocido la desenfundó y la clavó varias veces en el cuerpo de Mariana. Ésta cayó al suelo mortalmente herida.
El pánico cundió entre todos los presentes. Los que pudieron entrar en acción persiguieron al buhonero que echó a correr por la espesura. Robin acudió en primer lugar a auxiliar a su esposa y, al ver el estado en el que se encontraba, decidió ir tras el asesino. Lo alcanzó con una de sus flechas cuando estaba acurrucado bajo un árbol. La flecha atravesó el hombro del buhonero y lo dejó clavado al tronco. Allí lo capturaron. Robin miró su cara y lo reconoció de inmediato: era John de Bellamy el hermano de Ralph.
Todo Sherwood veló esa noche el cadáver de Mariana. Robin, arrodillado ante su esposa, no paraba de llorar No había consuelo para él.
Al día siguiente, Mariana recibió cristiana sepultura. El padre Tuck fue el encargado de realizar el oficio religioso, como lo había hecho también en la ceremonia de su boda. El dolor y la consternación de los proscritos de Sherwood era inmensa.
Tras el triste acontecimiento, algunos de los hombres de Robin trasladaron a los dos prisioneros hasta el pie de la muralla del castillo de Ralph de Bellamy donde, desde la muerte de éste, vivía John. Allí, los dos falsos buhoneros fueron ahorcados.
Desde aquel funesto día, Robin no volvió a ser el mismo. La melancolía que inundaba su alma se apoderó también de su cuerpo. Estaba tan débil, que su fiel Johnny le propuso acompañarle hasta algún lugar donde pudiera descansar.
Robin aceptó pedir cobijo a su tía Margaret, abadesa de un monasterio. En aquel lugar estaría seguro y podría recuperar su salud. Aunque el dolor que sentía en el alma fuera incurable.
En las jornadas que duró el viaje, Robin agotó sus escasas fuerzas. A partir de ahí quedó postrado en el lecho de una celda, vigilado día y noche por su leal amigo. De nada sirvieron las pócimas que le fueron administradas. Su estado no mejoraba.
Un día llegó a las puertas del monasterio un médico que pidió posada para pasar la noche. La tía de Robin le rogó que visitara a su sobrino, que se hallaba inconsciente desde hacía varios días.
El desconocido, al ver al enfermo, aseguró que el único remedio para acabar con su mal era efectuar una sangría.
La abadesa y Johnny aceptaron el consejo del médico, sin sospechar que éste era un enviado del rey para acabar con Robin.
Así, el falso médico realizó la sangría, pero no vendó con fuerza la herida del brazo y el enfermo fue desangrándose lentamente.
Media hora más tarde, Robin, como en sueños, pidió a su amigo que le incorporara en el lecho y le acercara su arco y sus flechas. Johnny obedeció sin poder contener las lágrimas.
-Amigo mío, voy a reunirme con mi dulce Mariana -decía Robin con un hilo de voz-. Entiérrame donde caiga esta flecha.
Y con un gran esfuerzo, Robin tensó el arco y disparó su última flecha, Ésta salió a través de la ventana de la celda y fue a clavarse en el prado que rodeaba el monasterio.
Johnny lloró horas y horas la muerte de su amigo. Después cavó la fosa en el lugar en el que había caído la flecha y lo enterró.
Así acabó sus días Robert Fitzwalter, conocido como Robin Hood, héroe de los proscritos del bosque de Sherwood.