Jonas Armstrong
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 Capítulo 11 (RH)

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VivoDeSueños
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MensajeTema: Capítulo 11 (RH)   Capítulo 11 (RH) Icon_minitimeJue Jun 04, 2009 8:17 pm

UNA DOBLE LIBERACIÓN

Robin y Mariana aprovechaban los ratos libres para pasear por el bosque, a pie o a caballo, y disfrutar de las maravillas de la naturaleza. Mariana también practicaba con el arco y logró convertirse en una experta tiradora. Pero una noticia vino a cambiar la tranquilidad de Sherwood.

Una persona de la ciudad de Nottingham vino a informar a Robin de que se preparaba un nuevo ataque contra él. La expedición estaba organizada por los hermanos Reinault y en ella participarían Ralph de Bellamy, el frustrado pretendiente de Mariana, y Guy de Gisborne, ya restablecido de sus heridas.

Robin hizo sonar inmediatamente el cuerno de caza con el que convocaba a sus hombres bajo el roble centenario. Era necesario que conocieran detalles sobre esta ofensiva. Sabía que esta vez sus enemigos prepararían a conciencia la incursión en Sherwood. Ellos tendrían que organizarse y repeler la agresión. Estaba claro que los atacantes no habrían olvidado las numerosas humillaciones y querrían vengarse de una vez por todas. Robin y los suyos sabían que la situación era delicada.

Robin decidió que uno de los suyos debería infiltrarse en el castillo de Hugo de Reinault para obtener información de primera mano. El elegido para esta misión fue Much, hombre de absoluta confianza de Robin y que, por su aspecto, bien podrá hacerse pasar por sirviente en la casa del noble.

Much llegó a la ciudad y se presentó en el castillo del señor de Reinault bajo el pretexto de ser sobrino de uno de los cocineros, que a la sazón se encontraba realizando compras en una feria cercana. Todo salió a la perfección y Much consiguió llegar hasta las cocinas del caballero sin obstáculo alguno.

El impostor se movió sin problemas por el castillo. Entabló conversación con todos los sirvientes y logró sonsacarles valiosos datos. Además, tuvo la gran suerte de ser el encargado de retirar la vajilla de la cena de gala que ofrecía Hugo de Reinault aquella noche a sus distinguidos invitados.

Aunque Much sólo podía oír retazos de conversación, los datos que obtenía eran una preciosa información para él y los suyos.

-Yo aportaré cien hombres -dijo el señor de Bellamy.

-Yo, unos noventa -añadió Robert de Reinault.

Much entraba y salía. Tenía que actuar con cautela para no dar lugar a ninguna sospecha que pudiera dar al traste con sus planes. Estaba retirando las copas, cuando oyó el plan que exponía el señor Hugo de Reinault a sus amigos.

-Dividiremos el bosque en distintas zonas. Cada grupo de hombres realizará la batida en la parte que le corresponde. Todos nos encontraremos posteriormente en lo más intrincado del bosque, donde se supone que Robin Hood tiene su campamento. Así, quedará completamente rodeado.

Mientras Guy de Gisborne oía con atención a Hugo de Reinault, reparó en la presencia de Much, que en ese momento seguía retirando las copas de vino de la mesa.

"¿A quién me recuerda este criado?" -pensó el caballero-. "¡Ya lo tengo! ¡Es él! Es uno de los hombres de Robin. Lo recuerdo con claridad. Estaba allí el día de nuestro duelo. Lo recuerdo por su pequeña estatura. Es inconfundible”.

Guy de Gisborne tomó uná rápida decisión. Aprovechó la salida de Much para llamar a los dos centinelas apostados en la puerta de la sala, a los que murmuró unas palabras al oído. Much volvió con unas grandes fuentes de fruta y las dispuso sobre la mesa. Después abandonó la sala dispuesto a huir del castillo. No quería tentar más a la suerte.

Cuando se disponía a atravesar las puertas del castillo, Much fue apresado y conducido ante la presencia de los caballeros.

-¡Un espía de Robin ante nuestros propios ojos! ¡No volverás a ver la luz, enano! -dijo con verdadero odio Guy de Gisborne.

Much, ensangrentado por la cruel paliza que recibió de unos y de otros, fue arrastrado a las lóbregas mazmorras del castillo. Allí, el carcelero lo arrojó de un empujón a una de las celdas.

Pasaron varias horas hasta que el desdichado Much recobró el sentido. Cuando sus ojos se acostumbraron a aquella oscuridad, pudo distinguir una silueta en un rincón. No podía saber de quién se trataba, pero al menos no estaba solo.

-¿Qué hacéis aquí? ¿Por qué os han recluido? -preguntó Much.

-Soy Richard At Lea. Un día confié en el que creí que era un amigo. Le pedí ayuda y fui traicionado. Desde ese día me pudro en sus cárceles. No recuerdo ya ni la fecha en que eso ocurrió.

Much no podía creer lo que estaba oyendo. Muy nervioso, tartamudeando, explicó al anciano que era amigo de Robin. Tuvo que ponerle también al corriente de que el heredero del conde de Sherwood había tenido que refugiarse en el bosque huyendo de los secuaces del príncipe Juan. También le tranquilizó sobre la suerte de su querida hija, que se hallaba a salvo, junto a Robin.

El pobre Richard At Lea no pudo contener las lágrimas al oír aquellos nombres y aquellas penosas circunstancias. Pero por tristes que fueran aquellas noticias, las prefería al terrible aislamiento al que éstaba sometido.

-Nunca saldremos de aquí -dijo Richard al que consideraba ya un auténtico confidente y amigo.

-No debemos perder la esperanza, señor -contestó Much intentando mostrarse animado.

Mientras tanto, Robin ya había sido informado de que el leal Much había caído prisionero en el castillo de Hugo de Reinault. Preocupado, convocó con urgencia a todos sus hombres.

Robin expuso los hechos, así como su decisión de asaltar el castillo del señor de Reinault. Era la única forma de liberar a Much y, a la vez, intentar frenar el ataque que se preparaba contra ellos.

-Robin, nunca he dicho a nadie que conozco muy bien ese castillo -dijo uno de sus hombres-. Trabajé en él como albañil y cerrajero durante su construcción. Su anterior propietario mandó realizar un pasadizo secreto desde los sótanos hasta una casa situada a unas leguas. Esa casa es hoy un molino. Sus dueños ignoran todo esto. Debemos hallar una fórmula para alejar de allí al molinero y su familia. Yo os conduciré hasta las celdas.

Se preparó minuciosamente la arriesgada operación. Tres de ellos, haciéndose pasar por mercaderes, llegaron al molino y pidieron que les dejaran descansar antes de proseguir su largo viaje. Fue tal la hospitalidad brindada por aquellas gentes, que los falsos mercaderes les invitaron a distraerse un poco en una taberna próxima.

Robin, el cerrajero y cuatro hombres más se internaron en el pasadizo. Cubrieron la larga distancia que separaba el molino del castillo, hasta llegar ante una puerta que el hábil cerrajero forzó con una ganzúa. La herrumbrosa cerradura saltó y se encontraron junto a la antesala de las mazmorras. Allí dormía el carcelero ajeno a todo. Rápidamente lo ataron y amordazaron. Le arrebataron el manojo de llaves de las celdas y, con gran sigilo, las fueron recorriendo hasta localizar al desdichado Much.

El prisionero estaba tan débil que no podía andar por sí mismo. Robin lo sujetó con sus brazos y Much, antes de perder el sentido, pudo decir a su jefe con un hilo de voz:

-Ocúpate de mi compañero de celda. Te sorprenderás.

El anciano al que liberaron tampoco podía dar un paso por sí solo. Cargaron con él y recorrieron de vuelta el largo pasadizo.

Much recuperó la consciencia y explicó a su jefe quién era el anciano caballero.

Llegaron a Sherwood. Robin se adelantó para anunciar a su amiga la feliz noticia. Mariana, sin poder contener el llanto, se aferró a su padre. Los dos, entre lágrimas, se fundieron en un gran abrazo. Fue la escena más conmovedora que se había vivido en Sherwood.
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