Jonas Armstrong
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 Capítulo 6 (RH)

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VivoDeSueños
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MensajeTema: Capítulo 6 (RH)   Capítulo 6 (RH) Icon_minitimeJue Jun 04, 2009 8:08 pm

EN EL BOSQUE DE SHERWOOD

Durante varios días, la calma y la paz reinaron en el castillo del conde de Sherwood. La satisfacción por el deber cumplido era el sentimiento que compartía Robin con sus hombres. El constante agradecimiento de Feldon era lo único que hacía ensombrecer la alegría de Robin. Le hacía recordar los tormentos que podía estar sufriendo la familia del que era ahora su más incondicional vasallo.

Pero Guy de Gisborne no había olvidado la terrible acción cometida por Robin. Convocó una reunión con el príncipe Juan y sus más fieles seguidores, y allí expuso los hechos ocurridos.

-Caballeros, nos hemos librado de Edward Fitzwalter y también de Richard At Lea. Pero mientras ande suelto Robin, no nos dejará vivir tranquilos. Ese joven es muy peligroso -dijo Guy de Gisborne.

-Estoy de acuerdo -intervino Hugo de Reinault-. Estoy seguro de que sospecha algo sobre lo ocurrido con At Lea, y no cejará en su empeño hasta averiguarlo. Conozco muy bien a ese joven sajón.

-Entonces, Guy de Gisborne, atacad su castillo -dijo el príncipe Juan-. Todos colaboraremos con nuestros soldados. Además, ese joven es muy rico. Nos quedaremos con su castillo, con sus tierras y con sus bienes. Nos repartiremos todo.

Tomada la decisión, los caballeros se dispersaron. Pocos días después, según lo convenido, un numeroso ejército, nutrido con hombres de diversa procedencia, rodeaba el castillo de Sherwood, preparado para el asalto.

Por su parte, los hombres de Robin de Fitzwalter permanecían en sus puestos día y noche. Todos ellos mantenían alto el ánimo. Estaban dispuestos a todo en defensa de la ley, y con la seguridad y tranquilidad de espíritu que produce estar cargado de razón.

Después de un mes de asedio al castillo de Sherwood, las frecuentes escaramuzas no supusieron ninguna rotunda victoria para los atacantes ni ninguna sonada derrota para los atacados.

Aparte del agotamiento que empezaba a hacer mella en las tropas atacantes, esta expedición empezó a ser duramente criticada por numerosos nobles, tanto sajones como normandos. Todos sospechaban que el príncipe respaldaba tal acción. Todos sabían perfectamente quiénes eran Guy de Gisborne y el pequeño a influyente grupo que rodeaba a Juan sin Tierra.

Se convocó una nueva reunión para discutir qué era lo más conveniente, dadas las actuates circunstancias.

Como en otras ocasiones, Hugo de Reinault fue el que aportó la idea más diabólica para acabar con aquella situación.

-Señores, creo que se debe enviar un mensajero que anuncie el perdón a Feldon y a los que, como él, se refugiaron en el castillo. . .

-¡Pero estáis loco, Hugo! -interrumpió con furia Guy de Gisborne.

-¡Calma, escuchadme! Debéis ordenar el perdón de Feldon y de todos vuestros vasallos que han ido engrosando las filas de Robin. Mandad que todas las mujeres a hijos de los rebeldes sean llevados a las murallas del castillo. Si esos rebeldes no aceptan el perdón que les concedéis, sus familias serán ejecutadas. Os aseguro que las esposas convencerán por sí mismas a sus maridos.

-Sois un verdadero genio, Hugo -exclamó Guy de Gisborne.

Los acontecimientos se desarrollaron tal y como había previsto el astuto Hugo de Reinault. Un mensajero anunció las condiciones a las puertas del castillo de Sherwood.

Cuando los desertores del señor de Gisborne vieron a sus esposas y a sus hijos pidiéndoles que depusieran su actitud para salvarse, no tuvieron fuerza moral para mantener la lucha.

El primero en enternecerse fue Feldon.

-Señor Fitzwalter, he de ir con los míos. Aunque todo sea una patraña, aunque luego me maten, debo intentar salvarlos.

-Nosotros lo seguiremos -dijeron otros.

Robin intentó convencerlos de que no lo hicieran, de que sin duda era una trampa.

-No sólo ajusticiarán a vuestras familias, sino a vosotros mismos. El señor de Gisborne no olvida. Nunca os perdonará -les decía Robin.

Todo fue inútil. Los hombres no podían dejar de oír las voces de sus esposas. Se les rompía el corazón.

Pronto, los primeros en salir pudieron estrechar a los suyos sin que les ocurriera nada. Muchos siguieron su ejemplo.

Robin se quedó con un puñado de hombres. Así no podían seguir resistiendo en el castillo sitiado.

-Tenemos que salir de aquí para salvar nuestras vidas -les dijo a sus hombres-. Pero no nos entregaremos al enemigo. Iremos al bosque de Sherwood. Lo conozco como la palma de mi mano. No se atreverán a internarse en él. Os lo aseguro.

Aprovecharon la noche para salir sigilosamente por la puerta trasera del castillo. A los pocos minutos entraban en el bosque, un refugio seguro.

A la mañana siguiente, los hombres de Guy de Gisborne descubrieron lo sucedido.

-¡Han escapado! -gritó uno de los soldados.

Las huellas les condujeron hasta el cercano bosque de Sherwood.

La noticia fue comunicada rápidamente al señor Guy de Gisborne, que se encontraba acompañado de Hugo de Reinault

-¡Maldito sea! ¡Ha conseguido escapar! ¿Qué podemos hacer para darle su merecido, Hugo?

-Nada por el momento. Ahora, Robin ya no es un peligro. Está recluido en el bosque. Sherwood es su prisión. Si sale de ahí, caerá en nuestras manos.

-Es cierto, Hugo. Ya no hay nada que temer: Pediremos al principe que lo declare proscrito, un ciudadano fuera de la ley. A él y a sus hombres, por supuesto.

-Brindemos, amigo, por las ganancias obtenidas: tierras, dinero, un castillo... Hay mucho para repartir entre todos -dijo el interesado Reinault.

Mientras tanto, Robin reflexionaba en Sherwood sobre todo lo que había ocurrido. No se arrepentía de nada. Volvería a actuar de la misma manera otra vez. Pero estaba preocupado: ¿Cuánto tiempo pasaría sin que pudieran salir del bosque de Sherwood? ¿Qué les habría ocurrido a Feldon y a los demás?

A los pocos días recibieron la visita de un pastor que había descubierto un camino sin vigilancia por el que llegar al bosque.

El pastor les contó que Feldon y cinco hombres más habían sido ejecutados. Todos los demás habían recibido crueles castigos y sus familias se morían de hambre.

-¡Lo sabía! No deberían haber creído al mensajero del señor de Gisborne -se lamentó Robin.

-Todos los que viven están arrepentidos de lo que hicieron, Robin -dijo el pastor-. La gente de la comarca admira vuestro comportamiento y quiere ayudaros. ¿Qué podemos hacer?

-Necesitamos más hombres y comida -dijo Robin-.

El pastor cumplió su promesa. Fue reclutando hombres jóvenes y les hizo llegar alimentos.

El grupo del bosque de Sherwood era ya bastante numeroso. Todos sus miembros juraron lealtad a Robin y se sentían orgullosos de estar a las órdenes del hombre más íntegro y justo del reino: Robin Hood -así apodado por la característica capucha que siempre lucía en su cabeza-. El hijo de Edward Fitzwalter
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