Jonas Armstrong
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 Las lágrimas del cisne

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lady_natali_hero
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MensajeTema: Las lágrimas del cisne   Las lágrimas del cisne Icon_minitimeLun Ago 31, 2009 9:21 pm

Aquí os dejo otro de mis relatos que escribí hace tiempo:

Algunos decían que era semejante a una aparición. Otros afirmaban que debía ser una extranjera perdida, o incluso una fugitiva que había logrado escapar de prisión. Los más cuentistas aseguraron que lo más probable era que se tratase de una paciente del manicomio.
Para mí, simplemente era la criatura más hermosa que mis ojos habían tenido la suerte de contemplar a lo largo de su todavía corta existencia.
Recuerdo perfectamente la primera vez que la vi. Era viernes, último día lectivo de la semana y la puerta hacia una breve libertad para muchos de nosotros. Esa vez, decidimos pasar la noche en la playa. Como siempre, no faltó la bebida y las ganas de permanecer despiertos hasta el amanecer.
Creo que no bebí mucho. No me gusta demasiado el alcohol, pero con algo había que matar el tiempo mientras los demás parecían divertirse.
Entonces ocurrió.
Ni siquiera tengo muy claro por qué decidí abandonar el grupo para adentrarme en la zona de las rocas... tal vez necesitase despejarme un poco de tanto grito. Tardé un par de segundos en percatarme de que no estaba solo, más que nada porque la figura que paseaba por la orilla se me asemejaba más a una visión que a un verdadero ser humano.
Obviamente, más tarde me di cuenta de que estaba exagerando. Parece ser que bebí algo más de lo que estoy acostumbrado y la borrachera produce efectos como esos.
Pero ya daba igual, la primera impresión estaba ahí: el recuerdo de una chica perfecta, que vagaba sola por la playa y cuya única vestimenta consistía en un ligero vestido blanco. Puede que mi mente se hubiera tomado la libertad de idealizarla en exceso, vale, lo reconozco. Pero a veces una primera impresión tiene la fuerza suficiente para desencadenar todos los hechos que transcurren a continuación. Y así ocurrió en mi caso.
Alicia fue la primera persona que me hizo bajar de mi nube.
—A ti lo que te pasa es que eres un romántico —me dijo—. Ves a una chica pasear por la playa a la luz de la luna y ya piensas que se trata de un ángel etéreo. Pues para tu información, se pasa todas las noches aquí. Al menos las de los fines de semana. Dicen que incluso hay veces que duerme entre las rocas y que cada día lleva un vestido de un color diferente, en plan "mujer misteriosa"... yo creo que está loca.
Ella creía que estaba loca. Y, al parecer, no era la única.
"¿Y a mí qué me importa?"
Eso era lo que debí de pensar al día siguiente, durante la noche. En esa ocasión bajé yo solo a la playa, ocultándome tras las rocas desde las que la vi salir por primera vez, vigilando la orilla. Ella había llegado antes que yo.
La observé durante varios minutos que no tardaron en convertirse en horas, hasta tal punto de que la noche comenzó a despedirse de nosotros para dar paso a los primeros rayos del sol.
Por más que la contemplaba no veía nada en ella que no fuera bonito. Lo cual no quería decir que no tuviese defectos, pero todos y cada uno de ellos me gustaban tanto o más que sus virtudes. Mientras yo seguí admirándola, ella pasó muy cerca de mi posición. Creo que fue en ese momento cuando distinguí por primera vez el rastro de unas pronunciadas ojeras. Tal vez fueran debidas a dormir poco durante el día y aprovechar la noche para dar paseos. O puede que incluso llevase todo el día sin dormir. A lo mejor acababa de sufrir un desengaño sentimental y por eso necesitaba darse un respiro algunas noches, o simplemente se tratara de haber suspendido demasiadas asignaturas. Pero no me importaba. Su mirada era la más bonita que había visto nunca. Misteriosa y triste.
—Si tiene los ojos tristes y ojerosos no puede ser una mirada tan perfecta como dices —me espetó Rafa cuando se me ocurrió contarle mis experiencias de las últimas dos noches.
—¿Pretendes que sea objetivo con este tema? No puedo, me gusta y ya está. Aunque fuera un auténtico cardo a mí me seguiría pareciendo la más guapa de todas, y en mi opinión los locos sois vosotros por no enamoraros también de ella.
—¡Ahora nos saldrás con tu vena de poeta para dejarnos a todos como unos ignorantes! En fin, parece ser que a las tías eso les encanta, así que buena suerte. ¿Piensas decirle algo un año de estos?
—Eso pretendía hacer esta noche. Si vuelve a presentarse, claro...
—Lo hará. Parece una chica rara, de las de tu estilo.
—Oye, no te pases...
—¡Si no lo digo a malas, en serio! Lo tuyo es una rareza sana. Vamos, no como la de esa gente de allí...
Me giré un poco para observar a qué gente se estaba refiriendo. No me costó demasiado distinguirles, entre otras cosas porque estando en el primer banco frente a la puerta de salida del instituto es complicado no ver a todo el que sale de allí. Primero salieron los dos chicos, e inmediatamente después aparecieron las tres chicas.
El grupo más extraño e introvertido de la clase acababa de salir del edificio. Personalmente, yo no los encontraba tan raros. Incluso me parecía que la chica más bajita era guapa, pero le ayudaría quitarse de vez en cuando el pañuelo que siempre le cubría la cabeza e impedía que se le pudiera ver el pelo. Lo mismo ocurría con las gafas de sol que solía llevar en verano.
En el resto del grupo ni siquiera me había fijado. Tal vez Rafa tuviese razón acerca de ellos.
Tal vez...
Antes de que me diera cuenta había vuelto a perder de vista al mundo, algo a lo que normalmente ya estaba acostumbrado. Pero no tanto como esos días. Las cosas se volvieron algo más claras cuando escuché su voz por primera vez.
Esa noche permanecí en mi posición habitual, oculto entre las rocas. Decidí que era mejor esperar a que amaneciera para hablarle por primera vez, por varios motivos. Seguramente el primero de ellos fuera para asegurarme de que no salía huyendo. Aunque mis ojos se hubiesen acostumbrado a la oscuridad de una manera casi antinatural, no podía confiar en ellos al cien por cien sin algo de luz.
Para cuando al fin salió el sol, ella había dejado de pasear. Se limitó a sentarse cerca de la orilla, dejando de vez en cuando que el agua rozara su vestido, esa vez de color azul claro. No tengo ni idea de en qué estaba pensando cuando me incorporé y la saludé en voz alta con un simple "hola".
Emitió un grito agudo y se levantó de inmediato. Me examinó de arriba a abajo durante un rato, manoseando su corto cabello castaño como si tuviera un tic nervioso. Incluso en aquella situación, no perdía la gracia y agilidad de sus movimientos.
—¿Estás loco? —fue lo único que preguntó.
—Posiblemente —respondí con total sinceridad y una amplia sonrisa.
Pareció que iba a abrir la boca para responder, pero decidió seguir callada.
Y permanecimos un buen rato así, en silencio. De vez en cuando ella se giraba para mirarme con el ceño fruncido, pero eso sólo servía para que yo encontrara aún más divertida la situación en la que me hallaba. A pesar de lo que pudiera parecer, creo que jamás me he comunicado con nadie tanto como entonces, durante aquellos minutos de silencio. Hablar sin cesar no significa comunicarse.
—¿Puedo sentarme? —pregunté al cabo de lo que me pareció un intervalo de tiempo prudencial.
No obtuve respuesta, tal y como suponía. Me dio igual, porque pensaba sentarme de todas maneras.
—Escucha, sé lo que debes estar pensando. Y es lógico, porque ahora mismo lo que parezco es una especie de maníaco sexual. Pero por favor, simplemente escucha: lo único que te pido es que me dejes venir aquí cada fin de semana, cada noche que pases en la playa. Llueva o haga frío, no me importa. De hecho, no me molestaría que de pronto comenzara a nevar. Incluso sería bonito pasear por una playa cubierta de nieve. Posiblemente acabara fusionándose con la arena, y con un poco de suerte el agua se transformaría en hielo. Y los dos echaríamos a correr a través del mar congelado, llegaríamos hasta Tokio si nos lo propusiésemos, y una vez allí cogeríamos un tren sin fijarnos ni siquiera en el lugar de destino... como si ya fuésemos amantes. Y en ese momento, únicamente en ese momento, podremos afirmar con certeza que somos felices. Claro que, para que todo eso tenga una mínima oportunidad de suceder, tienes que decirme que sí...
Todavía sigo pensando que conseguí dejarla sin habla. No pretendía parecer romántico hablando de Tokio ni nada de eso, simplemente lo fui. Y ella se dio cuenta, tal y como yo esperaba.
En ese momento empecé a gustarle. O al menos a no caerle mal, lo que ya era un gran paso.
Pensar que tendría que esperar hasta el próximo viernes para volver a verla se me hacía insoportable. Era una sensación tan increíble y mágica que me hizo creer que significaba algo especial. Como siempre, compartir mis sentimientos con cualquiera de mis amigos logró acabar con mi entusiasmo.
—¿Crees que eso es especial? Cualquiera diría que nunca has estado con una chica antes, siempre pasa igual. Hasta que la conoces, te cansas y buscas a otra. Entonces vuelves a sentir lo mismo otra vez, y otra vez vuelves a engañarte.
Tengo unos amigos encantadores, lo sé.
Pero una vez más, se equivocaron. Nuestro siguiente encuentro transcurrió más o menos igual que el anterior. Bueno, con la diferencia de que no hubo discurso emotivo y romántico por mi parte y ella actuó en todo momento como si yo no existiera, pero también hubo algo más. Cuando se hizo de día, justo antes de marcharse, María se dio la vuelta y me dijo su nombre.
María, María, María, María... lo repetí tantas veces que pensé que acabaría cantando en medio de la calle creyéndome Richard Beymer en West Side Story.
No era un nombre especial, ni exótico, ni siquiera un poquito raro. Pero para el caso, daba lo mismo. Gracias a aquel primer acercamiento por su parte, a lo largo de nuestros siguientes encuentros descubrí varias cosas de su personalidad: que le encantaba hundir los dedos en la arena, que prefería el olor de la hierba mojada al de las flores, que odiaba encontrarse con gente conocida en los restaurantes y que era una amante de la música. Sí, exacto, en realidad no sabía prácticamente nada. Pero lo poco que sabía tal vez nadie llegase a conocerlo jamás.
Pasamos tantas noches el uno al lado del otro que empecé a pensar que ahí acababa todo. El que ella hablara hacía que todo fuera más fácil, pero no fue hasta el día en que la encontré sentada en la arena, de mal humor, cuando las cosas comenzaron a cobrar algo de sentido.
—Los hombres sois imbéciles.
Mi primera reacción fue mirar hacia atrás por si se dirigía a otra persona.
—En especial los que son como tú.
Se dirigía a mí, sin duda.
—¿Hay algún motivo en especial para que pienses eso?— pregunté cautelosamente.
Por primera vez, me dedicó una mirada feroz.
—Pensemos un poco: una chica que siempre se ha sentido un patito feo, perdida, sin saber muy bien quién es ni qué hace en el lugar dónde está, se enamora perdidamente de alguien que ni siquiera conoce. ¿Te suenan de algo las historias así?
—Suelen ser comunes, sí.
—Me alegro, así podrás sentirte identificado. Bien, imagina por un momento que esa chica sufre un gran desengaño sentimental. Sale a dar largos paseos por la playa durante sus noches libres, sintiéndose más perdida y confusa que nunca, intentando —sin ser muy consciente de ello— aparentar un aire de misterio que ni siquiera sabe si posee de verdad. Y de pronto parece que las cosas van a salir bien, apareces tú y lo descolocas todo... hasta que la chica en cuestión se da cuenta de que nunca te hubieras fijado en ella de no ser por la tontería de los paseos.
—¿Qué? ¡Me tomas el pelo!
—No, es la verdad. Y no intentes negarlo, porque no vas a encontrar argumentos con los que defenderte. Piensas que no sabes nada de mí...
—¡Es que no sé nada de ti! Nunca me has contado nada relevante, he tenido que sacarte las palabras a la fuerza.
—Sabes mucho más de lo que crees. Sólo que jamás has intentado conocerme hasta ahora.
Acto seguido, se levantó, sacudió la arena de su vestido azul y se marchó de allí sin siquiera mirarme. No intenté detenerla, porque en ese momento tuve la certeza de que la había perdido para siempre.
La siguiente semana no fue fácil. Igual que no fue nada fácil ir a la playa durante el fin de semana y comprobar que María no estaba allí, que no quería saber nada de mí. Había pasado de ser una aparición, el ideal de la mujer perfecta, a ser una chica normal con problemas normales. Enamorada de la persona indebida, lo que le ocurría a todo el mundo. Era extraño asimilar que la visión que me había fascinado durante aquella primera noche se había reducido a algo tan banal.
Y era aún más extraño darme cuenta de que mis sentimientos hacia ella se habían fortalecido precisamente por eso. Por comprender que, sencillamente, se trataba de una chica que había experimentado la transformación de patito feo a cisne. Un cisne al que aún le quedaban lágrimas que derramar.
Mientras pensaba acerca de todo esto en los pasillos del instituto, los alumnos circulaban a mi alrededor como si fueran sombras fantasmales, como si para mí ya no existieran. Se podría decir que tenía la mente en otra parte. Probablemente hubiera seguido en aquel estado hasta llegar a mi casa, de no ser porque una nueva casualidad se cruzó en mi camino.
Atravesando la puerta de salida del edificio me sorprendió ver que el cielo se había nublado de manera considerable, así que aparté la vista de mis amigos para evitar que hicieran planes conmigo. El resultado de aquel cambio de dirección en mi mirada fue quedarme observando al grupo más extraño e introvertido de la clase. Esos a los que Rafa le divertía ofender de vez en cuando. Y fue cuando me fijé en ella, la chica más bajita. La chica del pañuelo blanco, la de las gafas de sol, la insociable... sehabía quitado las gafas y me miraba. Una mirada misteriosa, triste y ojerosa.
Quise desaparecer allí mismo cuando un par de mechones rubios se escaparon por debajo de su pañuelo.
Tenía razones para odiarme, razones de peso. Si hubiera querido ridiculizarme delante de todo el mundo lo hubiera aceptado de buen grado. Una bofetada, un beso, un insulto, una caricia... cualquier cosa, todo hubiera sido válido.
Para cuando me planteé acercarme a ella, María ya estaba frente a mí. Por la expresión de su rostro nadie hubiera podido adivinar lo que estaba pensando. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer a nuestro alrededor, como si de una película de Hollywood se tratase, justo antes de que ella pronunciara una única frase:
—Prometiste llevarme a Tokio.
Entonces se dio la vuelta, sin más, como solía hacer siempre. Y yo me quedé solo, tiritando de frío bajo la lluvia a pesar de estar en junio, pero sonriendo. Es más, tenía ganas de echarme a reír a carcajadas y no parar nunca.
No me había perdonado y, ¿por qué engañarme? tal vez nunca lo hiciese. Pero algo estaba claro: María, la chica bajita, la del pañuelo blanco, la de las gafas de sol, la insociable, la de los ojos tristes y yo, aún teníamos asuntos pendientes. Asuntos de los que ninguno de los dos se olvidaría.
Además, Japón nos esperaba

Espero k lo disfrutéis. jocolor Embarassed
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MensajeTema: Re: Las lágrimas del cisne   Las lágrimas del cisne Icon_minitimeMiér Sep 02, 2009 2:06 pm

Este es mi favorito, sin dudas!!Muy bien, nat!Enhorabuena!!Tengo una amiga artista!Ya puedo presumir de algo!! tongue
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MensajeTema: Re: Las lágrimas del cisne   Las lágrimas del cisne Icon_minitimeMiér Sep 02, 2009 4:12 pm

Muy graciosa, karen!!!Graciassssssss wapa
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MensajeTema: Re: Las lágrimas del cisne   Las lágrimas del cisne Icon_minitimeMiér Sep 16, 2009 12:37 pm

Es que es verdad...eres una artista!!!Muy bonito!!Se podría hacer una peli, con este argumento. Sería de misterio y el final muy normal, romántico.-.....¡k me ha gustado muxo!! cheers
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MensajeTema: Re: Las lágrimas del cisne   Las lágrimas del cisne Icon_minitime

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